Precedido por el enorme Misplaced Childhood en 1985, en 1987 volvían a la carga con otro disco conceptual de esos que me gustan tanto. Clutching at Straws supone el último álbum de Fish con Marillion, y por muy bueno y muchas alabanzas de la crítica que reciba su antecesor, este es de largo mi disco favorito de la primera época del grupo. Para mi gusto es el mejor álbum que han parido. De hecho, para el mismísimo Fish también es el mejor disco de la banda.
Clutching at Straws cuenta la historia de Torch, un heredero del bufón que puebla las portadas de los primeros discos (en la portada se puede ver que lleva el atuendo del bufón colgando de un bolsillo). El tal Torch es un parado de 29 años cuya vida es un absoluto desorden: busca consuelo en el alcohol, intentando olvidar sin conseguirlo sus problemas (un matrimonio que se va a la porra, el hecho de ser un padre irresponsable y el no llegar a ninguna parte como cantante de un grupo). Mientras se emborracha, su única salida es escribir sobre sus pensamientos y lo que lo rodea mientras va pasando por los diferentes bares, habitaciones de hotel y otros sitios típicos de la vida en la carretera. Se le describe como un personaje alcohólico que desahoga sus frustraciones a grito pelado, más allá de toda salvación o redención posible. Esta historia tiene mucho de autobiográfico (en lo referente a Fish), ya que salvo por el hecho de no estar en paro, no ser padre y no estar en medio de un divorcio atravesaba problemas con el alcohol, las drogas y la vida en la carretera por esa época, lo que resultaría en su salida de Marillion por decisión propia (en sus palabras, “o lo dejaba y me curaba o la vida me dejaba a mí”). No sería la primera vez que el vocalista recurre a su propia experiencia para escribir sobre algo.
Musicalmente es una delicia de principio a fin. Sigue por supuesto los patrones de los discos anteriores, incluidas las inevitables referencias a Genesis. Las guitarras de Steve Rothery están cargadas de feeling y buen gusto, los teclados de Mark Kelly dan el contrapunto melódico perfecto, el bajo de Pete Trevawas y la batería de Ian Mosley se complementan perfectamente. Y por encima de todo, la voz de Fish, con esas influencias de Peter Gabriel y Roger Daltrey tan palpables, usando su particular estilo de interpretación para hacer las veces de narrador y maestro de ceremonias. En general, la atmósfera del disco es igual de oscura que la de Script for a Jester’s Tears aunque si en ese primer disco era un producto directo de la rabia y de la mala situación sentimental que atravesaba Fish por entonces (rabia que dejaría para la historia las canciones Script for a Jester’s Tears, Kayleigh y Lavender), en Clutching at Straws es oscura en un sentido intimista. La sensación es la de estar sentado en un bar de iluminación tenue, con un amigo que las está pasando canutas y se está desahogando contigo, como si no hubiera nadie más allí. Lo que atrapa de este disco es la sinceridad, lo auténtico y real que suena si lo comparas con Misplaced Childhood (que está inspirado en un viaje de ácido tremendo y por lo tanto tiene una atmósfera más onírica y algo infantil). Es como si Marillion quisieran decirte “oye, esto es lo que hay”. Y vaya si lo consiguen.
En cuanto a temas, me quedo con Warm Wet Circles, That Time of the Night, Just for the Record, Incommunicado, The Last Straw y esa gran oda al fracaso llamada Sugar Mice. La letra de esta última es devastadora, especialmente la última parte, que dice esto:
Así que si quieres mi dirección / es el número 1 al final de la barra, / donde me siento con los ángeles rotos / agarrándonos a un clavo ardiendo / y cuidando nuestras cicatrices
Resumiendo, un disco indispensable para cualquier amante del rock progresivo o de la buena música. Un clásico por derecho que supera a Misplaced Childhood usando justo su opuesto: realidad, cosas con las que todos podemos identificarnos y que podrían pasarnos a cualquiera. Los temas de la infancia se reemplazan por los de la madurez, y todos sabemos que las cosas se vuelven más negras cuando crecemos y maduramos. Imprescindible.