Grooveshark ha muerto: La industria musical deja ver su desesperación

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Quede patente que no quiero que este artículo suene a una apología de la piratería, me gustaría dejar eso claro en primer lugar. Lo que voy a intentar hacer es arrojar algo de luz sobre el porqué de algunas cosas, y ya puestos, intentar dar mi opinión como parte del mundo de la música –en tanto como editor de un blog sobre el tema, así como músico–.

Hace unos días desayunábamos con la noticia de que Grooveshark había tenido que cerrar definitivamente sus puertas. Esto de por sí no es algo a lo que dar más importancia de la que tiene. Reconozcámoslo, el servicio de Grooveshark nos había resultado útil en un par de ocasiones aquí en el blog, pero en cuanto a calidad del servicio lo cierto es que Spotify le gana la partida.

Pero no estamos aquí para discutir los parámetros cualitativos que diferencian a ambos servicios, sino para hablar de su filosofía. Spotify compensa a las discográficas y a los artistas por tener sus catálogos alojados mediante el pago de regalías y licencias, mientras que Grooveshark se basaba en el espíritu de compartir cultura, en este caso canciones, un principio que tiene que ver más con la filosofía detrás del peer to peer o P2P, pero que se sustenta en valores morales y éticos más que económicos.

Y es que, por mucho que esto se viera venir y por mucho que la maldita RIAA saque pecho, sin oyentes la música no sirve de nada. Estoy de acuerdo en que se debe retribuir a los creadores por sus creaciones, pero la cultura tiene que poder llegar a todos. Incluso en Spotify han encontrado una forma de aunar la libre difusión y la financiación, mientras que siguen pagando royalties.

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Grooveshark falló en ese punto fundamental: La consecución de licencias y el pago de los correspondientes derechos. Su muerte se veía venir, con presiones por parte de toda la industria discográfica a nivel mundial para suprimir un servicio que, si bien no les generaba beneficios de forma directa, acercaba a muchos artistas al público general, de tal forma que podríamos estar hablando de miles o millones de asistentes potenciales a festivales o conciertos. Y no olvidemos que de unos años a esta parte las discográficas también se quedan con un porcentaje de lo recaudado por el artista en sus actuaciones, o de lo contrario no podrían sostenerse.

Lo realmente grave es el ataque a la libre difusión de cultura, al hecho de que con independencia de la condición social o del país donde uno viva pueda acceder a ella. Lo realmente grave de todo esto es que, como siempre, los grandes organismos –llámense RIAA o SGAE– quieran que la cultura sólo esté disponible para todos aquellos que puedan pagar por ella.

El modelo de negocio de la industria musical ha cambiado mucho. Eso de poner un disco a la venta y que genere millones de dólares en beneficios ha pasado a la historia, igual que han pasado a mejor vida las grandes estrellas, a no ser que se trate de gente con mucha veteranía y solera o de productos prefabricados para quinceañeras.

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Esto también ha provocado que muchos artistas nuevos estén buscándose la vida por su cuenta, intentando encontrar formas de dar a conocer su trabajo sin tener que pasar por los leoninos requisitos de una discográfica, planificando su propia promoción en Internet a un coste muy reducido, y en ocasiones hasta regalando sus discos de forma que puedan darse a conocer lo más rápido posible, véase el caso de Die Antwoord. Hoy en día hay artistas que han podido organizar giras y tocar en sitios importantes gracias a su presencia en las redes sociales, a Bandcamp y a Soundcloud, minimizando el impacto de la industria en sus carreras, lo que deja a las casas de discos tradicionales trabajando sólo a un nivel superficial con calidad musical absolutamente nula.

¿Qué significa esto para gente como la RIAA o las compañías discográficas? Básicamente están empezando a ver que ya no hacen tanta falta, que tú mismo podrías empezar a lanzar tu propia carrera y conseguir financiación por tu cuenta, promoción fácil confiando en Internet y en el boca a boca y que ya no hace falta usar mastodónticas sumas de dinero para tener presencia donde el músico quiera tenerla, y encima como intérprete quedarte con todos los beneficios derivados de tu actividad. Esto, como es lógico, les provoca un miedo cerril, ya que amenaza lo más básico de su modelo de negocio: Si el artista aprende los mecanismos necesarios para que su obra se distribuya sin tener que contar con ellos, están condenados a desaparecer. Obviamente, están intentando evitar eso.

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El cierre de Grooveshark no deja de ser un manotazo desesperado al cuchillo que se acerca a la nuca del animal herido de la industria musical, amenazando con asestar el golpe de gracia y terminar con su sufrimiento de una vez por todas. A fin de cuentas, quizá estemos presenciando algo puramente revolucionario en este contexto, en el que son los de abajo los que están empezando a llevar la batuta, y eso al parecer es algo terrible.

Llega un punto en el que uno se pregunta hasta cuándo van a seguir dando palos de ciego. A mi modo de ver tienen dos opciones: O bien cambian su forma de entender el negocio para habituarlo a los nuevos tiempos a la par que sigue siendo algo accesible para todo el mundo, o bien siguen intentando por todos los medios que nada cambie y siguen quedando como críos a los que les han robado la merienda.

La industria cada vez está más desquiciada, loca y desesperada por mantener un control que conforme pasa el tiempo está más lejos de sus manos. El cierre de Grooveshark, insisto, es una prueba de ello. No se le pueden poner puertas al campo, y por cada pequeño triunfo que se apunten habrá mil derrotas. Seguiremos con interés la agonía de la industria desde Xombit Music, pero no lloraremos el día que se convierta en cadáver. A lo mejor entonces la música consigue ser libre.

Archivado en Grooveshark, Opinión, RIAA, Spotify
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